domingo, 4 de septiembre de 2011

Día nublado. Parque viejo. Columpios oxidados. 
Nuestros amigos están en un banco a unos 100 metros de los columpios. Yo me he alejado hasta allí. Y me he puesto a columpiarme, esperando. 
A los pocos minutos veo como él se acerca. Reprimo una sonrisa. Lo sabía.
Me pregunta que qué hago. Columpiarme, ¿no ves? 
Empieza a empujarme. Demasiado alto. 
Le digo que tengo vértigo. Él se ríe y sigue. Más alto.
Le grito que pare.

Me va parando y se coloca delante mía. Simulo estar enfadada.
Agarra las cadenas con sus manos y me mira, sonriendo. 
Siento unas gotas de agua caer sobre mi piel. Empieza a llover más fuerte.
No me importa. Cierro los ojos.
Oigo a mis amigos gritar, correr y salir del parque.
Cuando vuelvo a abrirlos me encuentro con su mirada. Intrigada, hipnotizante, profunda. 
La lluvia nos moja y nos da igual.
Se acerca lentamente y vuelvo a cerrar los ojos. 
Me concentro en el sonido de la lluvia y en mi primer beso. Tan raro, tan excitante, tan especial.
Y miles de gotas sellan aquel beso mojado para siempre. 
Yo, él y aquel beso... entre columpios oxidados en un parque viejo.

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